viernes, 28 de marzo de 2014

LAS MAESTRAS DE LA REPÚBLICA

Una vez se llega al lugar, escenario becqueriano, piensa el viajero en el Madrid que ha dejado atrás como en una sombra gris que, día a día, se supedita servil a la intensa luz que emerge de la Colina de los Chopos, acrópolis de la República, tierra que acoge a una Institución que mira al futuro con determinación regia, que grita la injusticia, que abandera el cambio. Los dos edificios de habitaciones, conocidos como los gemelos, y levantados por Antonio Flórez entre los ya pasados 1913 y 1915, reciben al visitante como cíclopes, faros alejandrinos en los que se cultiva la mente y el cuerpo de los más jóvenes. El lugar se guarece bajo una pátina de nigromante misticismo que, con su feroz dominio, llega hasta los opalinos adoquines de la entrada, engulléndolo a uno con las tretas que gastan las novelas o nivolas aquellas en las que habitan Augustos Pérez, Fortunatas y Jacintas. El romero, tomillo y jara de sus jardines, y que tan servilmente alfombran el terreno, lo embrujan desatando los efectos del sahumerio; y las puertas de madera chirrían al viento, las voces de sus residentes se cuelan por sus quicios; el débil sol del invierno vuelve la forma inerte viva.

Una vez se llegaba al lugar en tiempos de la República, se sentía todo eso. Hoy queda solo un regusto amargo, como el de los vinos cuando se estropean, como el de los sueños fallidos, cuando se visita la Residencia de Estudiantes, una Institución desde la que se combatían las grandes deficiencias a las que habían tenido que hacer frente las universidades: la sentida ausencia de las lenguas modernas, la precariedad de los laboratorios, la inexistencia de atención individual a los estudiantes..., y demás aristas intolerables que hacían imposibles a los maestros impulsar una sociedad nueva y justa. 

De sus muros de piedra salían pequeñas ramitas de verde oliva que serpenteaban como las letras en el papel. En la Residencia de Estudiantes se educaban ciudadanos, no señoritos. Cuando se estaba allí, se intuía siempre una nueva forma de vida que se remusgaba profundamente humana, que se expandía.


El ganador del Goya 2014 al mejor largometraje documental, Las Maestras de la República, dirigido por Pilar Pérez Solano, rescata del olvido los nombres e historias de un inabarcable grupo de mujeres que por primera vez en décadas se empeñaban por formar y no adoctrinar, y que poco después serían encarceladas, exiliadas o fusiladas.
 En este país tan poco generoso, se agradecen las pequeñas muestras no de afecto, sino de respeto y consideración, de rescate, hacia los docentes que impulsaron una educación basada en los principios de la escuela pública y democrática. 
Si bien se trata de un trabajo documental puramente convencional y de escaso prodigio directivo, sí despierta una dialéctica necesaria entre nuestro pasado, presente y futuro. En la actualidad tendríamos que hablar del yugo -cuasi imperial- del inglés en detrimento de otras muchas lenguas, de la vejación a la que se han visto sometidas las humanidades clásicas, de la inmune, disfrazada y perniciosa intrusión del catolicismo en los programas educacionales, del nulo fomento de la creatividad... Es extraño que el siguiente pensamiento de Josefina Aldecoa sea una meta por alcanzar aún en nuestros días, cuando nos queda la tarea de que el compromiso ético se constituya como una de nuestras señas de identidad:  "Educad a los niños. Educadlos en la tolerancia, en la solidaridad. Transmitidles lo más importante que tenemos: la herencia cultural".

martes, 18 de marzo de 2014

GÉNESIS, 

de Sebastiao Salgado


La tierra y el cielo confiados al devenir de su alquimia primigenia. 245 trabajos fotográficos de S. Salgado se dan cita en el Caixa Forum como canto a todos esos paisajes y civilizaciones aislados de la sociedad moderna y de su tizne dickensiano. La belleza de lo intacto, de lo virgen, del enigma del silencio y de la vastedad, de los rasgos profundos de los hombres, de la luz y su peregrinaje, de un blanco y negro que se iguala al de otros maestros, como Ansel Adams, y que se antoja orquesta de difuminados, grano duro y finos contrastes. Todo eso es Génesis.
Los confines del Sur salpicados de pingüinos y ballenas francas australes; Sumatra, Madagascar, Indonesia y sus reliquias; la aridez, la liturgia de la vida en el delta del Okavango y el desierto del Kalahari o Etiopía; la luz que enmudece y eclipsa el entorno primero en las regiones del Norte; la Amazonia en su vorágine de ramas quebradas, de lenguas de negro que se enmarañan en una madeja y, ya al fondo, el hallazgo, el hechizo de una barca y de varias siluetas recortadas sobre la nublada estepa de un sueño, la luna arriba como claro de donde se desmigajan las aventuras, la fragilidad del espejo del agua, génesis de una maravilla perecedera, de cuantos colosos conoce el mundo.



sábado, 1 de marzo de 2014

¡TIENE VENENO!

Un sentido homenaje al teatro, a las gentes del camino.

Han pasado ya unos años desde que un entrañable grupo de cómicos juntara baúles y nos hiciera llorar y reír. La fe ciega en la profesión que languidece, la ternura descarnada, el heroico aguante, la añoranza, la persistencia de los sueños y la belleza que pervive inmune en el corazón de un grupo de pobres desvalidos que le dedican el resuello a una ilusión; todo ello salta por los aires, como la piñata al quebrar, en el cuadro de la escena. Y cómo hacen todos estos fantásticos personajes por quebrar la piñata, ¡de qué forma!

El viaje a ninguna parte es el homenaje humano y profundo a los cómicos desamparados de la España negra, a cuantos se condenaron por amar una profesión que tenía veneno, a todos cuantos hicieron de su vida la paciente entrega a un sueño y a una afinidad, a esa casta privilegiada.

Frente a las heridas que nos proporcionan nuestros días, la historia de Fernando Fernán Gómez nos reconforta, no con su crudeza, mas con su  delicado humor; su lenguaje, lejos del preciado artificio de los adjetivos de invernadero, como expondría Nabokov, se construye sobre lo humano y sobre la percepción de los detalles más sencillos, donde se concentran el valor y la aventura.

Antonio Gil, Olivia Molina, Tamar Novas, Miguel Rellán y otros recuperan ahora el genio de esta historia de alegrías cotidianas y miserias, que ha sabido siempre darnos la réplica. Con una escenografía sobria y elementos visuales de gran efecto -la propia pantalla de la memoria que es espejo-, esta adaptación del clásico mantiene intacta la magia de ese retablo de pequeñas gentes, no heroicas a la manera del bronce arcaico, sino como desahuciados, herederos de todo un discurrir literario de supervivientes, pícaros y condenados, que tan bien nos define.

Sutil es el balanceo monótono de los actores en su viaje continuado,  conseguidas las escenas de teatro en el teatro, el número musical y, sobre todo, el momento de hilaridad y nostalgia en que Antonio Gil interpreta con el tono teatral de un anciano de vodevil la escena de cine, en que, decepcionado, se siente en desamparo frente al director, las cámaras y los ayudantes. ¡Vaya con los hermanos Lumière!

El viaje a ninguna parte puede bautizarse una vez más como la épica de la supervivencia, la historia de una sencilla compañía de cómicos en que la conciencia de la desgracia hace mella, pero del mismo modo que la ilusión por la vida.