domingo, 29 de mayo de 2016

PINTORES COMO ISLAS

Isabel Quintanilla, Jardín, 1966.

El museo Thyssen de Madrid ha acogido durante unas semanas la exposición Realistas en lo que se antojaba como cita ineludible, tardía, con uno de los grandes grupos pictóricos, escultóricos, de nuestra cultura en libertad. 

Julio López, una estética de la expresión; Isabel Quintanilla, el talento inigualable, el poder del color; Antonio López, heredero de una tradición, el más mediático de los seis, por accidente hijo de la fama y por convicción artista ineludible del recuerdo; María Moreno, pintora de luz; Amalia Avia, o el restallido de las maderas calientes y Francisco López, el de la sensibilidad de los rostros en resina, rotundos, plenos. 
En definitiva, el placer de mirar. 



El naturalismo de Velázquez, los hallazgos estéticos de Cézanne, la perspectiva iluminada en Vermeer, la fuerza física de los grupos escultóricos en su historia inabarcable, la influencia de las pinturas latinas en su cromatismo descarnado…, todos los triunfos del arte parecen esenciados en su producción, lentamente sacada a la luz, como en un provechoso trabajo de alquimia. Un grupo de arte nacido a la luz de la amistad y del primer amor, la camaradería como camino en pos del pensamiento tranquilo.

El lenguaje de la pintura del grupo Realistas de Madrid se muestra dignificado por esa extraña, difícil búsqueda de la espera, la paciencia en el oficio, que la valía y la buena sabiduría confieren. 

La proximidad de las cosas, los juegos de espacios, son algunos de los lugares de hallazgo en su investigación y escrutinio del mundo real, cuya representación más acertada, considera Antonio López, es bajo el magisterio de la línea curva; síntesis del esfuerzo de tantos años entre pinceles. 

Ambientes pausados, fríos, rescatan en su soledad el valor de las pequeñas cosas. Una exposición para la emoción, la memoria. 

Antonio López, Lavabo y espejo, 1967.