La isla mínima
El fin primero que mueve a las jóvenes víctimas asesinadas en la contenida trama de La isla mínima es la evasión, la huida de una tierra que ya no les pertenece, la búsqueda de libertad, como a los personajes de la pieza teatral de Camus, El malentendido, o como a tantas aves tiroteadas en tantas tramas de la ya vida rica de las historias del cine. En las marismas del Guadalquivir quedan atrapados sus restos, la derrota de un sueño levantado a la sombra de un engaño. Son personajes ahogados por el medio que habitan, por las turbias aguas de una sociedad represora, machista y afín a la derrota del cuerpo y el ánimo. Estos personajes que se desvanecen dejan tras de sí, como en una dura estela que espejea, su deseo encenagado.
Es la perfecta radiografía social de un país que penoso despertaba a la conciencia tras décadas de dictadura lo que la película de Alberto Rodríguez retrata precisa y equilibrada. El buen manejo del suspense, el talento y fuerza de sus actores -merecidísimo Goya a Javier Gutiérrez, Raúl Arévalo y la poderosa Nerea Barros, con una presencia también mínima- o el bello diseño de fotografía son otras de las bazas que hacen de esta isla una de las mejores películas españolas de este año.
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