Un único, maltrecho y bondadoso personaje a cuya mirada se muestran los logros del resto, un grupo de secundarios que no son sino el reflejo de la ternura y la codicia, el vacío y la compasión.
El cojo de Inishmaan, de Martin McDonagh, en versión de Gerardo Vera, y en carne y voz de las geniales Terele Pávez -un voraz monstruo de escena-, Marisa Paredes -la frágil elegancia hecha mujer-, e Irene Escolar -la eterna Meche de La Chunga, primera gran promesa del teatro en nuestros días-, pone de manifiesto dos universales del hombre: su infatigable búsqueda de la verdad, tan frágil, tan velada; y su deseo de sobreponerse a la tristeza, a los miserables, e izar las velas, como demuestra Billy -portento de Ferran Vilajosana-, que lucha por sobrevivir.
Se intuye poco alentador el progreso en un país tan poco generoso como el nuestro, tan desleal, en que parece sólo se venera el fútbol, que cuenta con un IVA del 10 por ciento (junto con los toros), frente al 21 del teatro, y en que las leyes que regulan la cultura son vejadas por los partidos que se turnan en el poder, a diferencia de otros lugares más cuerdos, como Francia, en que el valor de la palabra y del teatro poseen la santidad que en nuestra tierra ostentan los hábitos y alzacuellos. Se ha dejado de cuidar la cultura desde la escuela, empobreciendo la educación humanista, y además, la televisión ha olvidado una de sus misiones: la de ofrecer contenidos culturales en lugar de programas de niños guisando y demás imposturas. Pero lo bueno del teatro es que se fortalece ante las injusticias, corajudo, y de ello dan fe los espectadores de este genial montaje de El cojo de Inishmaan.
https://www.youtube.com/watch?v=jQo-PrOmRx8
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