Hace un año ya que se le partían las alas a una rara luciérnaga, Ana María Matute, sabia y maga. La fecha de hoy nos recuerda a un alma grande que necesitaba de la anchura de la imaginativa. Gimferrer decía de su escritura que era sortilegio. Matute dedicaba su gran epopeya, el libro de su vida, la gesta de Gudú, de este modo: “a todo lo que perdí, a todo lo que olvidé”. Porque perdemos, porque olvidamos, creamos. Escribir y escribirnos nos confirma a nosotros mismos. Porque será siempre nuestra hidalga, también nuestra escudera, la imaginamos ahora haciendo justicia en las Artámilas, la cabeza repleta de arzadú, siempre libre.
Ana María Matute junto a su hijo, manipulando un títere, dándole vida como a tantos personajes. |
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