UN RECUERDO CON PERFIL DE VENECIA, AGUAS SALADAS
Un escritor al que nada grande le ha ocurrido todavía, que se refugia en la inercia de la creación de personajes y ciudades, y que piensa: aguardo una nueva ficción: la vida.
Aschenbach sigue siendo aún hoy ese amago de hombre que, de improviso, a ciegas y sin cuidado se entrega a todo aquello que nunca fue.
Es difícil olvidar la imagen del pobre hombre anclado a la butaca, en la arena, la figura de Tadzio al fondo, la pelea con el otro chico -que no es sino la farragosa lid del hombre en el mundo- y luego los accesos primeros de muerte. Aschenbach decae no tanto por acercarse al abismo, a esa fuerza dionisíaca que llamamos pasión y llamamos recelo, sino por el golpe seco de ese instinto reprimido durante tantas décadas, ese sueño de amor ahogado que, una vez cruzada su mirada con la del efebo, se despierta y embravece.
La Muerte en Venecia se erige como recordatorio de la necesidad de aprender a vivir, de aceptarse y de postergar la moralidad en aras del placer y la dicha. Lo moral no es sino un nuevo canon alentado por el prejuicio.
Es ese aire de fábula en bruma y calor que circunda Venecia el que nos hace creer en la historia como en un sueño, una elucubración, una elegía en torno a la muerte y el deseo.
No vivir para la obra de arte, sino a través de ella. El conocer que todo sentido de las cosas depende de una única palabra: resistir; y que no hay mayor juez que la verdad del corazón. Ningún dolor es tal si lo aflige la belleza.
Que pasen los años. Por siempre, Thomas Mann, per sempre, La Muerte en Venecia.Última versión de la ópera de Britten en el Teatro Real. |
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