DÍAS DE CINE -Primera parte-.
Hace pocos días, al tiempo en que se anunciaba que sería el film en euskera Loreak el que, si logra llegar a la última selección nos representaría en los Oscar, se estrenaba el último trabajo de Alejandro Amenábar, Regresión.
Regresión, definida bien por los conceptos de sigilo y de precisión, es un thriller que mira -brevemente- a los comienzos de una carrera fulgurante -Tesis- con el ya consabido saber hacer de un director tan lúcido como audaz; -comparemos, por ejemplo, el movimiento de cámara que baja delicado y cómo el balón con el que juegan los chicos en la calle le pasa por encima con aquella inolvidable escena de Ágora -estrenada hace seis años- en que la cámara hacía lo mismo pero ya sin el balón y con los muchos papiros que los parabolanos lanzaban y destruían, una vez convertida la Biblioteca de Alejandría en pesebre. ¿Será cierto aquello de que, de no haber quedado destruida aquella Biblioteca, ahora tendríamos colonias en Marte?
Si por algo se caracteriza el lenguaje de Amenábar es por lo acertado de la sugerencia, por la elegancia del plano insistentemente medido y la irrefrenable propensión a contar verdades oscuras, de las que muchos prefieren apartar la vista. Amenábar mete el dedo en la llaga. Y eso, en el buen arte, es imperativo, una impronta con ángel, consecuencia del prestigio. Ya lo hacía en Tesis, calibrando como un mesías el tratamiento que acabaríamos dando al mal, retratando a una sociedad que lo banalizaba casi sádicamente; Abre los ojos presagiaba un discurso que ha crecido con su cine, el de la identidad, además de narrar una historia que hubiese hecho las delicias del mismísimo Calderón, con la inolvidable imagen de Penélope Cruz como mimo, como el sueño de una mujer impalpable; en Los otros enfocaba al miedo a la muerte, al peso de la incertidumbre y los secretos; Mar adentro ponía en escena uno de los mayores retratos que se han hecho del valor de la vida y la palabra, el derecho a la elección que conlleva la urgencia legal de la eutanasia -del griego, “buena muerte”-; Ágora arremetía contra el fundamentalismo religioso por medio de la independencia y el admirable trabajo de una mujer hecha mártir y ahora, Regresión, vuelve con otro de sus temas, la complejidad de la mente humana, la exploración de la maldad, la culpa y la muestra de cómo el miedo anega los meandros de la mente.
Si por algo se caracteriza el lenguaje de Amenábar es por lo acertado de la sugerencia, por la elegancia del plano insistentemente medido y la irrefrenable propensión a contar verdades oscuras, de las que muchos prefieren apartar la vista. Amenábar mete el dedo en la llaga. Y eso, en el buen arte, es imperativo, una impronta con ángel, consecuencia del prestigio. Ya lo hacía en Tesis, calibrando como un mesías el tratamiento que acabaríamos dando al mal, retratando a una sociedad que lo banalizaba casi sádicamente; Abre los ojos presagiaba un discurso que ha crecido con su cine, el de la identidad, además de narrar una historia que hubiese hecho las delicias del mismísimo Calderón, con la inolvidable imagen de Penélope Cruz como mimo, como el sueño de una mujer impalpable; en Los otros enfocaba al miedo a la muerte, al peso de la incertidumbre y los secretos; Mar adentro ponía en escena uno de los mayores retratos que se han hecho del valor de la vida y la palabra, el derecho a la elección que conlleva la urgencia legal de la eutanasia -del griego, “buena muerte”-; Ágora arremetía contra el fundamentalismo religioso por medio de la independencia y el admirable trabajo de una mujer hecha mártir y ahora, Regresión, vuelve con otro de sus temas, la complejidad de la mente humana, la exploración de la maldad, la culpa y la muestra de cómo el miedo anega los meandros de la mente.
Regresión es un homenaje al buen cine de los setenta, a la contención de estilo y a la sobriedad. Ethan Hawke encarna el valor de la duda, como llevan haciendo muchos de los personajes de una carrera profunda y consecuente. Apuntemos, finalmente, que resulta reivindicativo y estremecedor el motivo primero que lleva al personaje desquiciado del film -el padre- a aceptar las aberraciones que se le imputan. De nuevo otro detalle maestro, crítico, otro prejuicio hecho excusa para la reflexión acerca de los muchos males con que se ha pervertido, y ha sufrido, la diferencia.
Loreak, como decíamos, representante de España en la ceremonia de los Oscar del próximo año, cuenta una historia entrañable, pequeña, pausada y amarga en torno a la pérdida cuyo mayor logro es una estructura de paralelismos que trenza a cuatro personajes en el drama íntimo de sus algunos de sus años. Solo puede achacársele el poco riesgo que asume, siendo el atrevimiento el ingrediente que se intuye le falta. Los ramos sin dueño desencadenan la duda en tres mujeres: la madre, la esposa y la amante que no fue, mostrando sus inseguridades, frustraciones y arrepentimientos. Un personaje habla del truco para que las flores no se marchiten, del pequeño ingenio de cortarles un tramo al tallo en diagonal, de este modo, habiéndoles hecho una herida, pueden absorber más agua, hasta que la herida, claro está, cicatrice. De este mismo modo responden las mujeres de Loreak, una vez la herida está hecha -la desaparición del hombre que de un modo u otro las vincula- entonces se sensibilizan para cuestionarse cosas antes desapercibidas.
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