Los hijos de Kennedy ocupan el Alcázar
Cinco personajes gestados por los 60 se dan cita en un bar que es vestigio de una América en efervescencia. Sentados en sus sillas negras de ilusiones perdidas, dueños indiscutibles del espacio que los cobija y alimenta, aislados por el curso de la memoria, tienden al público una mano y un trago largo; todo cuanto se necesita para viajar a la era Kennedy, el momento último de los grandes cambios, el vitral de los sueños que se creían grandes, la época de las quimeras con disfraz.
Maribel Verdú, Emma Suárez, Ariadna Gil, Fernando Cayo y Álex García son los resortes con que el genial José María Pou levanta en escena un tiempo pasado que es, en muchos sentidos, vago eco del nuestro. Una aspirante a actriz que acaba conociendo la sordidez de las calles neoyorquinas, una secretaria de banales y recatados pensamientos, una mujer bohemia y disidente, un soldado de de la Guerra de Vietnam trastornado y un artista underground que se enfrenta con humor y energía a la crudeza de una década que no fue solo éxtasis y lentejuelas.
La obra de Rober Patrick es en su principio un espejismo de todo cuanto, en el fondo, los 60 aparentaron ser. Pero bajo este aparente envoltorio de color y brillo se agazapan inquietos los miedos y derrotas de una década y de un país, los personajes de hollín, que no son sino pájaros de alas rotas, que se demolieron durante aquellos años.
Hablamos del momento álgido de Luther King, del Che Guevara, Neil Armstrong, Marilyn Monroe, Janis Joplin, los Beatles o Bob Dylan; pero también del tiempo de los magnicidios, de la guerra por la guerra, el dolor por el dolor, de los últimos coletazos -no por ello menos violentos-, de la segregación racial, de los misiles nucleares, del maniqueísmo enfebrecido y las conspiraciones.
Ayudados de una puesta en escena limpia y del detalle, con estallidos de fotogramas sobre los cristales del local, que es mito empolvado, con el recuerdo de los disparos, este montaje de Los Hijos de Kennedy en el Teatro Alcazar/Cofidis hermana sobre las tablas a cinco intérpretes portentosos, que condensan en sus actuaciones la riqueza de matices que brindan la experiencia y el amor a un oficio. Colosal la canción de cumpleaños de la Verdú al Presidente, las risas y gestos de Suárez, o el baile a lo Fred Astaire de Cayo.
Los hijos de Kennedy es una obra cumbre de la dramaturgia más reciente, y con esta nueva revisión se vuelve más mordaz y divertida, más humana. Sí, Mr. Patrick puede sentirse orgulloso.
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