Creo en Lope de Vega, poeta del cielo y de la tierra...
Lope, como Cervantes, tampoco pone rienda a los deseos. Y digo “pone” porque el Fénix sigue vivo; enlupada su existencia, retenida y alimentada en ese espacio en que el tiempo se aquieta, como las estatuas. Su reino es el de la inventiva, y eso lo hermana a la muerte, con quien pacta. Debido a la privilegiada mecánica de la ficción, el poeta es gigante y, como gigante, no desaparece.
Gerardo Malla ha puesto en marcha un preciado conjunto de resortes de comunión actoral que nos agitan y emocionan; una obra que encierra no una, muchas vidas; no uno, muchos héroes. El deseo de que estalle en reflejos la memoria: la contradicción, el miedo, la dicha, los celos, la locura, el deseo…, y todo lo que la ahorma; eso es lo que sienten y consiguen los iluminados Gerardo Malla y Santiago Miralles en “Entre Marta y Lope”, último gran triunfo de la escena española.
Recogido el espectador en ese espacio mágico y sencillo que es la sala pequeña del Teatro Español, donde la elegancia de fondo negro retiene el aroma del ancestro, los actores ofician la bella vorágine del sentimiento, una danza que bascula entre lo cómico y lo trágico.
Colosal, bella y portentosa Montse Díez. Gerardo Malla es, por otra lado, el Fénix, Don Felix L. de Vega y Carpio aguijoneado por la noche inquieta: preguntas, recuerdos y veleidades. Y Magnífico César Diéguez en las caricaturas de Felipe IV y el Conde Duque de Olivares.
De rigurosa y lograda escenografía, la luz del alba que crece aureola al público y a los gigantes de escena.
Gerardo y Montse, Lope y Amarilis, hacen de la palabra un arma sin filo con cuyo efecto resuenan los ecos del amor. La salvación, el conocimiento, la emoción, el éxtasis, el abandono y el poder y todo un mundo se erige durante la hora y media del conjuro sobre escena.
En fin, Lope y su reino. Su mundo lo comprendía todo. Su ingenio: una forma de amor elevado que no requería llama para dar luz, ni entrega alguna que lo alimentara, o cobijo que lo guareciera. Sólo su voz, una voz de monstruo, ya deflagraba. Y en su obra, un infatigable surtidor de vida desenfrenada, somos testigos del huracán que se recuerda: las pasiones encendidas, la venganza descarnada, el dolor abierto del pecho del poeta, la emoción que reverbera, la ceguera del padre, la acritud del ultraje y la intuición del mito; todo cuanto el destino tuvo a bien depararle. Si buscamos el calificativo que merece, entonces nos saldrá sólo uno: humano. Lope, el poeta más humano, el más terrenal, el más carnal; sus textos respiran. Lope era del material del que se yerguen los sauces, ramillajes firmes y arraigados y tupido encanto, mas sensible a las inclemencias de Céfiro.
Ver Entre Marta y Lope es hacer resurgir al poeta de su noche oscura, a sus musas y demonios; al hombre aquel que osó nacer en dos extremos: el de amar y aborrecer; a aquel que, al llenar su arte de vida, envenenó su vida con arte.
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