JOVEN Y BONITA
Más que el retrato de la adolescencia en nuestro tiempo, más que las dudas que nos asaltan, Joven y Bonita se consagra como la larga y rica travesía por las cuatro estaciones que conforman el año en que su bella y desubicada protagonista alcanza la identidad, el reconocimiento. El despertar que concede el sexo, la necesidad de transgresión, la ruptura de la idealización de la adolescencia, los cambios tortuosos, la violentación del cuerpo, el desenmascaramiento de la hipocresía burguesa, el gusto por desacralizar…, todo al ritmo de la canciones de Françoise Hardy.
Dos grandes planos: el pasillo de metro vacío con el cartel de los labios pintados al fondo, cuando Isabelle lo cruza; y la sombra de la mano que recorre su pecho y su rostro cuando, tumbada en la playa, se ve llamada a la vida. Destacan por su inteligencia y por su sensibilidad, por su vertiente más simbólica.
Gran colofón narrativo con la aparición de la maravillosa Charlotte Rampling y el dúo Charlotte-Marine, ya en los últimos minutos de esta sabia reinterpretación de la corriente cinematográfica del deseo y la prostitución en la línea de la buñueliana Belle de jour.
Una pequeña obra maestra de uno de los mejores directores galos de nuestro tiempo, enfant terrible, François Ozon. Una película de una elegancia de planos contenida y belleza inusitadas.
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