LE TEMPS QUI RESTE
La fuerza de las imágenes teje, silencio a silencio, la soledad de Romain en sus últimos días de vida en la que es una dura película sobre la muerte y la imposibilidad, sobre el gran acto de amor que es el callar una verdad peligrosa, una cruda sentencia.
Sin concesiones, El tiempo que queda cuenta la historia de Romain, un joven fotógrafo al que diagnostican un cáncer sin esperanza alguna de curación. Su primera reacción es descargar su ira sobre sus padres, su hermana y su novio, al que expulsa del piso que comparten. Ninguno de ellos conoce la razón de su conducta. Su silencio no quiebra nunca, y es esta su heroicidad -o para muchos gran error-, también su deseo por dejar a un ser en este mundo, su vinculación plena a la naturaleza.
Hay mucho de Michael Haneke en Ozon, mucho patetismo, mucha elegancia, mucha poesía, mucha crudeza. Terribles, bellas e impactantes son las escenas del ménage y de la unión con su novio, del final en la playa.
Ozon recupera además para El tiempo que queda a una gran y cambiada Jeanne Moreau en un papel conmovedor de abuela y confidente.
La aceptación de la muerte, los días por vivir, la despedida de la carne y sus festejos, la reconciliación, el perdón, la ayuda…, todos estos temas se dan cita en el tiempo en que Romain se aísla y se prepara. Ozon lo contempla y muestra todo desde la distancia. No nos permite juzgarlo, sino que asistimos a su tragedia enternecidos. El tiempo en que la muerte se demora lo colman a Romain las aventuras del día y la conmoción, el agotamiento, alcanzando el culmen en los últimos minutos de metraje, con los tornasoles sobre la arena y la silueta del rostro en despunte. Escuchamos su corazón mientras toma fotografías -las últimas, con las que parece pretenda apresar cada instante, como en una despedida-; late Romain, todavía.
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