sábado, 12 de diciembre de 2015


KARAMÁZOV, UN LODAZAL EXISTENCIAL


Un festín de las miserias del hombre es este montaje del imparable Gerardo Vera, que firma una puesta en escena sobria en que los personajes y sus hilos se mueven con soltura y presencia, entre el melodrama y el relato elegíaco. Juan Echanove está poseído por su personaje, y regala escenas bordadas para el recuerdo, como por ejemplo esa magistral entrada de Fiódor Pávlovich Karamázov sentado en la alfombra que lleva y tira Smerdiakov, con los accesos de música hitchcockiana y el grito en la garganta, una soledad sumida en el alcohol y el deseo.
Los personajes de Dostoievski tienen en la cabeza, como bien asegura Dimitri Karamázov, un avispero de insectos desquiciados, y sienten placer en los oscuros lugares de la conducta, la humillación o el odio; inconscientes transmisores de la verdad, vehiculan fuertes nociones de sabiduría en las que reparan siempre demasiado tarde: el verdadero infierno es no poder amar. Almas abotargadas que de pronto se desbordan llenando la página y la escena de energía, como cuando Grúshenka expresa su deseo de arañar la tierra y vivir, ya cuando Dimitri se encuentra en prisión y en el horizonte se levantan las borrascas. 



El montaje sigue el itinerario enajenado de un brote epiléptico, incluso en las escenas en que nada ocurre el ánimo está en vilo, y precisamente por esto el acercamiento al retrato del creador, máximo Karamázov, se pergeña en la iluminación de Juan Gómez Cornejo con esos espacios del recuerdo psicológico y las tonalidades nocturnas y mortecinas. Recordemos aquello que tan bien formulara Rembrandt: que la luz venga siempre de la pasión. 
Dostoievski, atormentado por la mala fortuna, fue testigo de la temprana muerte de su madre y del brutal asesinato de su padre por parte de sus propios siervos, sufrió la censura de Iglesia y Estado y la condena a trabajos forzados en Siberia, la adicción al juego, los brotes epilépticos y la muerte de su hijo Aliosha a los tres años. Escribió 11 novelas, 20 relatos  y 3 ensayos. Ya se ha dicho. El dolor es fuente de conocimiento. 
Una obra sobre la culpa, el remordimiento, la redención, el perdón y el castigo, Los hermanos Karamázov es mucho más que la historia de un parricidio, escrita entre 1978 y 1880 y acabada tres meses antes del fallecimiento de su autor. Pasión y obsesión, ternura y dolor, y muerte, toujours la mort, que parece se personifica en la agrietada, podrida madera de las paredes. Ventanales abiertos y cegados como las cortinas de un matadero, así definía Vera la escenografía, que equilibra la temperatura emocional de una obra desmedida, en la que cabe todo, tantos sentimientos como rencores y sueños viejos. Un monumento a la compasión humana y a la comprensión de la naturaleza oscura de los hombres. 


No obstante, quedémonos con las palabras de Aliosha en el epílogo, cuando los hermanos, reducidos a la inocencia de tres niños, juegan con un Pávlovich luminoso, como nunca creímos que le veríamos, en una escena profundamente whitmaniana : caminaremos junto al mundo con esperanza.


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