sábado, 1 de marzo de 2014

¡TIENE VENENO!

Un sentido homenaje al teatro, a las gentes del camino.

Han pasado ya unos años desde que un entrañable grupo de cómicos juntara baúles y nos hiciera llorar y reír. La fe ciega en la profesión que languidece, la ternura descarnada, el heroico aguante, la añoranza, la persistencia de los sueños y la belleza que pervive inmune en el corazón de un grupo de pobres desvalidos que le dedican el resuello a una ilusión; todo ello salta por los aires, como la piñata al quebrar, en el cuadro de la escena. Y cómo hacen todos estos fantásticos personajes por quebrar la piñata, ¡de qué forma!

El viaje a ninguna parte es el homenaje humano y profundo a los cómicos desamparados de la España negra, a cuantos se condenaron por amar una profesión que tenía veneno, a todos cuantos hicieron de su vida la paciente entrega a un sueño y a una afinidad, a esa casta privilegiada.

Frente a las heridas que nos proporcionan nuestros días, la historia de Fernando Fernán Gómez nos reconforta, no con su crudeza, mas con su  delicado humor; su lenguaje, lejos del preciado artificio de los adjetivos de invernadero, como expondría Nabokov, se construye sobre lo humano y sobre la percepción de los detalles más sencillos, donde se concentran el valor y la aventura.

Antonio Gil, Olivia Molina, Tamar Novas, Miguel Rellán y otros recuperan ahora el genio de esta historia de alegrías cotidianas y miserias, que ha sabido siempre darnos la réplica. Con una escenografía sobria y elementos visuales de gran efecto -la propia pantalla de la memoria que es espejo-, esta adaptación del clásico mantiene intacta la magia de ese retablo de pequeñas gentes, no heroicas a la manera del bronce arcaico, sino como desahuciados, herederos de todo un discurrir literario de supervivientes, pícaros y condenados, que tan bien nos define.

Sutil es el balanceo monótono de los actores en su viaje continuado,  conseguidas las escenas de teatro en el teatro, el número musical y, sobre todo, el momento de hilaridad y nostalgia en que Antonio Gil interpreta con el tono teatral de un anciano de vodevil la escena de cine, en que, decepcionado, se siente en desamparo frente al director, las cámaras y los ayudantes. ¡Vaya con los hermanos Lumière!

El viaje a ninguna parte puede bautizarse una vez más como la épica de la supervivencia, la historia de una sencilla compañía de cómicos en que la conciencia de la desgracia hace mella, pero del mismo modo que la ilusión por la vida.



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