sábado, 21 de noviembre de 2015


EN UN DÍA NACE EL HOMBRE Y MUERE

La defensa del teatro como compromiso con la sociedad queda de manifiesto en el esfuerzo coral de la compañía de teatro clásico en un montaje encabezado por Carmelo Gómez -sin igual Carmelo- y Clara Sanchis encarnando de forma magistral al personaje de La Chispa, dirigido por Helena Pimenta, que además inaugura la apertura del Teatro de la Comedia, heredero de la tradición arquitectónica de hierro madrileña y de los decorados neoárabes. 
Este nuevo montaje de El alcalde de Zalamea prolonga el horizonte de resonancias luminosas, humanas, de un texto imperecedero, un turbión incontrolado. Algo tiene Pedro Crespo que nos sacude e insta a la reflexión. Lejos de los debates en torno a la honra, muy ceñidos por los principios socio-maritales de la época, esta obra habla del honor como patrimonio indisoluble del alma, libre de constricciones jerárquicas y demás yugos. Si Crespo nos recuerda algo es que su humanidad, su individualidad es ya reducto de una filosofía pasada, con sabor a parras secas. El suyo era un “yo” para con los otros, mientras que el público más reciente conoce lo mucho que dista esta idea, este ideal, de nuestra sociedad más descarnada, en que el individuo es un “yo” por lo corriente narcisista, egoísta, aislado y con más información que formación, abusador, como Don Lope, del débil, del desprotegido.
El teatro sigue demostrando su incalculable sed de remembranzas, su calidad inmensa de espejo de nosotros mismos, como en el monólogo de Don Álvaro de Atayde. "En un día el sol alumbra y falta, en un día es edificio una peña, en un día batalla perdida y victoria ostenta, en un día conoce el mar tranquilidad y tormenta...".
El montaje de Pimenta con una escenografía sobria y un muro, un frontón de significación polivalente como generador de espacio y amplias bancadas de corral de comedias o pueblo extremeño a los lados– encuentra aciertos grandes en el cubo de agua que cae sobre Isabel después del rapto, el verso seco y enérgico en la dicción clara de Carmelo Gómez –villano ejemplar–, la presencia ya poderosa de Joaquín Notario en el papel de Don Lope -gestor de una de las amistades más conmovedoras del teatro del Siglo de Oro y, una vez más, el personaje de esa mujer soldado, la Chispa, que entre jacarandas, titiritiritainas y risas demuestra su valía, como si el valor o el honor trascendieran el esbozo de bufón dado a vuela pluma: “Seor Rebolledo, por mí vuecé no se aflija, no; que bien se sabe que yo barbada el alma nací”.




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