domingo, 1 de noviembre de 2015

UNA FELICIDAD IRREVOCABLE 


Carol o El precio de la sal


En el capítulo octavo de la novela El precio de la sal, reeditada por Anagrama con su título original, Carol, y escrita por Patricia Highsmith, se describe el paseo de Therese, indiscutido centro de la novela, y de su amigo Richard a volar una cometa. A cada vuelo no hace sino tensarse la sintonía confusa, sorprendida, entre la cometa y la propia Therese. En la felicidad, como en la cometa, todo depende de cuánta cuerda se suelta. La cometa, como los buenos símbolos en literatura, se sincroniza con los estados de ánimo de Therese. El miedo a soltarse nunca falta, como cuando Richard corta el cordel. 

Nueva York, años 50. Therese Belivet es una joven dependienta de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor cuando un día conoce a Carol Aird, una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas surge una conexión inmediata que irá haciéndose más intensa y profunda, cambiando la vida de ambas para siempre. 




El precio de la sal cuenta con una voz narrativa tan fuerte como el personaje que la encarna: Therese Belivet, una joven solitaria con sueños de escenógrafa y con miedo a las cosas que nunca quiso: los actos vacíos, los trabajos sin sentido, la lid que encaramos al no encontrar la expresión verdadera.


La prosa de Patricia Highsmith, sigilosa y astuta, muy sobria y bien medida, encuentra su logro en la técnica maestra de plasmar todas las percepciones psicológicas de los personajes.  Con su estilo, “cualquier acto humano parece desvelar algo mágico”.

Therese, desesperanzada, ajena a todo y sin embargo tan sensible al entorno, encuentra su imagen en el espejo y aventura poder hacerla vivir al encuentro de unos ojos grises, fuertemente expresivos, que son los ojos de Carol.

-¿Hay algo más aburrido que la historia del pasado? -dijo Therese sonriendo. 
-Quizá un futuro sin historia.

Imaginamos a Therese Belivet apretando las puntas de los dedos con fuerza contra una baranda de piedra, calibrando la urgencia de los cuerpos cuando se arrastran juntos. Ella es vulnerable y tenaz, el aislamiento le da impulso y, al contrario que Carol, cuenta con el privilegio de poder desaparecer. Therese ama a Carol, y Carol a ella. Nosotros, como lectores, asistimos a los pasos decisivos de Therese, que acaba encontrando su propio viento. 

-Tú eres tan frágil como esta cerilla. -Carol la sostuvo ardiendo un momento después de encender el cigarrillo-. Pero en las condiciones adecuadas podrías incendiar una casa, ¿verdad?

Qué bien casa la solemnidad del personaje de Carol con la camaleónica actriz que le da vida en la aclamada adaptación dirigida por Todd Haynes que se estrenará el año próximo. La intérprete es Cate Blanchett. Rooney Mara, pasado premio a la mejor actriz en Cannes, parece haber nacido para interpretar a su partenaire. 

En el tocadiscos suena una canción, “Embraceable you”, y Therese y Carol la escuchan atentas.

Siento que estoy en un desierto con las manos extendidas y tú estás lloviendo sobre mí.

En ninguna parte se veían las mañanas como desde allí, porque, como Carol le advierte, a Therese le gustan más las cosas reflejadas en un cristal, porque tiene su idea particular de todo. Con Carol, Therese se pregunta por qué la gente hablará del cielo. Pero, como en todas las historias, la trama da un paso de gigante y los personajes se ven cercados por la amenaza de las sociedad neoyorquina de los 50.

¿Así era la vida? ¿Eran así siempre las relaciones humanas?, se preguntó Therese. Nada sólido bajo los pies. Siempre como gravilla, un terreno levemente blando, ruidoso, para que todo el mundo se enterara y para que uno pudiera oír siempre los fuertes y bruscos pasos del intruso. 

Las volvemos a ver en lo alto de un puente, arrojando las cintas del detective que las persigue al río.
Therese sabe saborear la extraordinaria sensación de estar sola, cuando el valor se les desvanece en la melancolía. Therese entretiene el día leyendo teatro. Sabe que el día es suyo. ¿Cómo iría a volver el mundo con toda su sal, si Carol continuaba lejos, en otro sitio? Su mente se niega a renunciar a Carol, pero la realidad se esfuerza en no afirmarla. Therese olvida la mala costumbre de abandonarse a sus debilidades, y crece. 

Las últimas páginas evidencian algo que por su gran carácter sospechábamos, que ni Therese ni Carol han perdido el coraje. Y entonces Highsmith les concede un futuro, una puerta abierta de par en par que aumenta las dimensiones espirituales de la novela. 

Carol fue la gran historia escrita en la vida de su autora -publicada en 1952 con el pseudónimo de Claire Morgan y rechazada por sus primeros editores- , un texto que nace de las tripas, que por ser honesto no muestra fisuras. En él no encontramos a sus personajes más recurrentes, seres abocados al crimen, bien debido a las obsesiones o al azar -como por ejemplo sucede con el querido Tom Ripley-. 
Carol es un acto de valentía. La literatura como sueño alcanzado y por largo perseguido, como realización. Un final justo, después de tantas obras que, debido a esa misma representación de la otredad, querían disculparse condenando a los personajes a la muerte, el abandono o la desdicha. Este texto tan bien recuperado nos convence del inevitable precio de esos golpes de fortuna que le devuelven a la vida su sal. Nada nos es regalado. Todo es desgaste. Pero la fuerza se aprende. La fragilidad de la felicidad, el peligro, el valor y el buen coraje son algunos de los temas de esta historia hecha ya un clásico.


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