martes, 1 de julio de 2014

SILVIA PÉREZ CRUZ, t´estiman 


Los sonidos populares mediterráneos se codean con el jazz y el flamenco, abrazando el fado y el espíritu de la música helena en la inconmensurable voz de Silvia Pérez Cruz, un genio hecho diosa, artífice del sonido aquel que arranca notas al alma y a la imaginación. 
Su rostro recuerda a Frida Kahlo, su garra en el escenario a la Édith Piaf más bella y rota, su acento del Ampurdán la vuelve telúrica y sabia, como Yerma, como Adela, como Rosita.
Silvia, una chica de mar, domina los lenguajes del viento por derecho. Cuando canta le es concedida la levedad, la comunicación de lo sublime. Es una vestal. Su voz vibra honda, nos hace sucumbir como el brazo de agua, las tapias de flores; con el vértigo de la delicadeza dulce, de un cuerpo que también canta y oscila y recela y oficia. 

Las penas de Miguel Hernández en Compañero, los ritmos del mar y el viento en Folegandros, la maravilla del deseo y el gusto en Iglesias, México entero en Cucurrucucú paloma, las habaneras como pájaros rebeldes…

Escuchar Alfonsina y el mar es abrir el arcón prohibido, recuperar para el recuerdo la tragedia de Alfonsina Storni, su destino impío y su poética afilada.

Su Ne me quitte pas quita en verdad el aliento, es un curso poderoso, hondo como el amor cuando es alto.

Lorca le regala sonrisas desde Víznar cuando le llegan al pobre los sones de su Pequeño vals vienés. Una proeza. Los recursos poéticos se enzarzan como los ramillajes regios a la garra de la vestal. Qué voz y qué fuerza, que requiebran el ánimo.

Silvia lo tiene todo: el ángel, el duende y la musa y el cielo, y lo mejor es que sucumbe a la fuerza de la emoción, del canto. Se entrega y es entonces su quehacer un olvidarse, un pasmo. Su voz lo hace todo, acaricia o araña, gime o crepita. Algunos supieron de ella en el Festival de Teatro Clásico de Mérida cuando, hace unos años, levantara ese monumento de la dramaturgia y del sentimiento que fue Hélade, mapa de toda una tradición de memoria y espíritu, abrazo de pasajes literarios que iban de boca en boca, de mano en mano entre ese genial cuarteto compuesto por Maribel Verdú, Concha Velasco, Josep María Pou y Lluis Homar. Entre ellos, la voz de Perez Cruz se hacía coloso, flanqueada por Ulises y Penélope en las piedras milenarias del romano. Luego continuó su enriquecedora relación con el teatro con una cancioncilla limeña en la magistral La Chunga, dirigida por Joan Ollé en el Teatro Español. La pieza se llamaba Mechita, y era una caja de música agrietada, con los goznes de plata; un deseo cohibido. 
No olvidemos tampoco su genial intervención en la banda sonora de la película muda de Pablo Berger, Blancanieves, cuya saeta es sencillamente un broche de oro, un vendaval. Se hacían entonces una sola verdad tradición y muerte.

Su primer disco, 11 de Noviembre, levanta un teatro que da cabida a los distintos coletazos de la nostalgia y al leve acarreo de la carne. Cada canción es un cosmos, que desata las sensaciones más varias. Se entremezclan los sonidos, las risas, las voces de niños y de juguetes de infancia, los idiomas, los timbres de bicicleta…
Marcado por el flamenco, el folk gallego y las influencias cubanas y brasileñas, 11 de noviembre habla del gesto primero y espontáneo del héroe ante la vida, del niño al mundo, de la mujer a la tierra en que sus pies de hunden. Eso es 11 de noviembre, un aroma a tierra mojada, como una promesa de brotes y rebrotes a los que aguardan los días y las horas; una intimidad extraordinaria, una apuesta incondicional por la voluntad y el hombre.

María del Mar Bonet, Edith Piaf, Leonard Cohen, Lluis Llach, Violeta Parra, Robert Schumann…, todos ellos son versionados, y más que eso, vivificados, trascendidos, en su último triunfo: granada, un disco de música que se yergue y se impone, que tiene grano, que se toca y roza las yemas. Raúl Fernández Miró arranca a la guitarra susurros y quejidos, hermosas estridencias y confesiones. En granada no hay una voz, has cien voces, cien bocas, cien ecos, cien Silvias.

Un milagro indefiniblemente humano. 






Pequeño vals vienés: 

Ne me quitte pas:

Saeta Blancanieves:

Alfonsina y el mar:

Cucurrucucú paloma:



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