sábado, 9 de mayo de 2015


SUAVEMENTE SE MATA
MALDITA LA NAVE, MALDITO EL MARINERO.

Un meritorio derroche de emoción. La Medea de Andrés Lima es un dardo a las tripas, como bien nos tiene acostumbrados el director con sus últimos montajes -a destacar una brillante recreación musical de Ay Carmela hace un par de años, de Sanchis Sinisterra, con Inma Cuesta y el último Goya a mejor actor, Javier Gutiérrez, o la escalofriante y poderosa Desde Berlín, Lou Reed, con Nathalie Poza y Pablo Derqui, hace unos meses en la sala pequeña del Matadero: http://manuelcrayencour.blogspot.com.es/2014/11/desde-berlin-tributo-lou-reed-la-musica.html

Pero Medea no sería Medea sin el milagro de Aitana Sánchez Gijón, que construye un personaje que es puro tejido escénico, liberado de las singularidades y pendientes del lenguaje, del movimiento frío cuando se orquesta y hasta del imaginario arcaico para un espectador moderno, que desconoce los lenguajes del mito. 


Todo es energía en esta Medea, un cauce limpio. El último premio Cervantes, Juan Goytisolo, decía en su agradecimiento desde el púlpito laico de la Universidad de Alcalá de Henares que “la vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita”; eso mismo hace Medea, hace Lima, hace Aitana: tomar de entre los escombros del tiempo la historia del dolor de una mujer y volverla inagotable, definitoria, la expresión más limpia y hermosa del sentimiento de una madre y una amante, de un ser que trasciende los géneros para alumbrarnos con su palabra de ritmo seco, dicha, sobre todo rugida, en soplos que no conocen esperanza mayor que la venganza más cruenta, incomprensible, no por ello menos digna. La vorágine de desesperación que envuelve a Medea la encumbra a las regiones del mito, la exime de toda culpa, porque prueba lo que el ser humano puede hacer por amor : todo, lo más heroico y lo más terrible. El amor es la fuerza más destructora -nos recuerdan-.


Ninguna otra obra nos habla de un modo tan poderoso del dolor como Medea. Un carnaval blanco de la herida abierta, de la búsqueda de justicia como redención. 

Lluis Pasqual dice que Medeas ha habido muchas, pero que hay actrices, muy pocas, como escogidas por mano divina, que consiguen algo muy lejano y muy difícil, y es que cuando el espectador salga del teatro, comprenda entonces que esos hijos, esos hijos que mata Medea estarán mejor muertos que en manos de Jasón. Aitana Sánchez Gijón, como Espert en cada uno de sus montajes, como Blanca Portillo en la versión -desnuda, almodovariana, seductora, con un Asier Etxeandía como centauro que era un prodigio- de Tomaz Pandur que presentó en Mérida, consigue esto mismo, gracias, también, al buen recurso de las figurillas de dura escayola que hacen de los infantes una carga inocente vilmente masacrada, inerme.

Los patéticos sucesos suscitan compasión y espanto (éleos y phóbos) en un equilibrio auspiciado por la soledad infinita del personaje, una mujer desesperada a la que no guía ya siquiera la pátina de la civilización, sino el instinto más descarnado, lo que el ser humano es en su esencia: una columna de fuerza desmedida, como las que sostienen los frisos con la centauromaquia en el Partenón.
El montaje se abre con la lectura de un fragmento de la Teogonía de Hesíodo, con la voz del corifeo que es Andrés Lima. La escena en negro, el bosquejo de un tálamo, un contrabajo. Una puesta en escena despojada.
La franqueza como valor. Inolvidable la canción de Simón Díaz, Tonada de luna llena, que le va como un guante a la versión, con una Medea ya derribada.


Machado escribió lúcido y sutil en su don Juan de Mairena: “quien no habla a un hombre no habla al hombre. Quien no habla al hombre no habla a nadie”. Tal vez encontrara aliento y esperanza en esta frase.
Hablar a los hombres, como bien dispuso, es hallar, ante todo, una misma y honda raíz allá donde reverdece la experiencia humana; es tomar una tea y lanzarla a la conciencia de quienes prestos toman un libro; es hacer acopio de dignidad y de coraje, erigirse en testigo de una verdad y compartirla al mundo, pese a que haya verdades punzantes, de dulce filo.
Eso mismo es lo que hace de Medea una de las grandes heroínas de la Antigüedad, que, como el desperdicio en carne y huesos de un naufragio, ejecuta su crimen y sus conjuros, probando que el amor, además de dicha, es también debacle y derrota. Nunca antes he estado tan seguro. La forma en que ama Medea es heroica, noble, poderosa, no por ello menos trágica. Deberíamos amar como ella. Aunque se nos agote el aliento.


En la Antiguedad Clásica un hombre podía asesinar a sus hijos. No estaba penado por la ley. La mujer, en cambio, relegada al murmullo de las alcobas cerradas, no contaba con el mismo, dudoso, privilegio. Que Eurípides presentara a una mujer que asesina a sus hijos por amor es uno de los actos de rebeldía social, política, jurídica, más importantes del teatro en Occidente. La mujer, autónoma, se iguala a los derechos civiles del hombre en venganza por la humillación de verse repudiada, exiliada, separada del fruto de sus entrañas, privada de un amor que soñara eterno. Y todo por el egoísmo de Jasón, un ser incapaz de aprender ese mismo amor, como diría Rilke.

La versión de Séneca del montaje, muy diferente de la de Eurípides, se permite la maravillosa osadía de trasladar las muertes a escena. En la versión griega los hijos perecían entre cajas; en la de Séneca somos testigos del crimen. El público era, claramente, muy diferente. Los siglos que separan a ambos dramaturgos en el tiempo cambiaron el mundo. La sociedad latina, vulgarizada, presidida por el espectáculo perpetuo de la sangre y el dolor como adornado por luces de circo -gladiadores, combates de animales, mujeres esclavas que eran públicamente violadas…- demandaba mayor brutalidad en escena. No porque la muerte de los infantes causara mayor placer -estético- sino porque el efecto dramático era considerable. Como la latina, nuestra sociedad, nuestra modernidad, definida por la sobreestimulación, la violencia, también reclama el lenguaje escénico de Séneca. 
Una pena haber crecido tan solo desde Roma -aseguraba Nuria Espert en un encuentro con el público del lado de Aitana y Lima hace un par de días-.

Medea, abandonada por el caudillo de caudillos, siempre digna de amor, ante la noticia de que sus hijos le van a ser arrebatos, y puesto que son parte de ella misma, los asesina. Acaba con sus vidas porque, en la desesperación, consciente de morir, una fuerza que es atávica y ancestral, que es la fuerza del mundo, de la Teogonía que se menciona al comienzo, la toma e insta a morir matando. Con Jasón, ella y él, eran uno; y si Jasón, miserable, la abandona, entonces solo le espera la muerte. Es la concepción del vínculo como soporte, prehelena. 

Teatro de la Ciudad, faro salvador, un proyecto necesario, propone construir las obras a partir de talleres, de prolongadas incursiones en la naturaleza del texto, para así hacer de la pieza escénica una materia viva, un tejido con ritmo propio. Esta Medea nace de ahí mismo, del teatro como experiencia vital, laboratorio escénico, como terapia, como oxígeno, como reclamo primero de los ciudadanos. El resultado lo demuestra. Es un teatro libre, poderoso, sin cuya verdad no somos nada, desmoralizadoramente sincero -como habría de ser el teatro siempre-, que avasalla, que remueve, que increpa, que sorprende. No es posible ponerse la máscara del espectador acomodado, que asiste a la cita en busca de entretenimiento, únicamente. Este teatro, como bien promulgaba Federico, exige un público continuamente alerta, activo, entregado. Entonces el diálogo entre voces, entre silencios, del actor y del espectador, en la penumbra de la ilusión, se levanta muy bien armado. Desaparecen los diques de contención. Las aguas corren sin freno. Queda la emoción desnuda.

En Medea el delirio deviene lenguaje, fuerza íntima nacida del sentimiento ante el abismo al que nos empuja la vida. Razón poética. María Zambrano hablaba de "razón poética" para referirse a la verdad que nos anda adentro, en las entrañas, la misma que en Medea se significa. Una obra acerca de todo a lo que al corazón no puede negársele.

Video: https://vimeo.com/113311286






No hay comentarios:

Publicar un comentario