viernes, 1 de noviembre de 2013



      GRAVITY
      La fina urdimbre de la vida

     
              
         
       El cine se inventó para esto; para que la imagen conmoviera y desgarrara, para que hipnotizara del modo en que lo hace la historia que oficia Alfonso Cuarón en esta singular obra, ya consagrada. Sí, hay películas que no necesitan del tiempo o las academias, que se consagran en la periferia, y que catan pronto, muy pronto, la recompensa de los trabajos bien hechos, perfectamente orquestados, irrepetibles. Gravity es una de ellas; nos hace renovar la fe por el mejor cine.

        El ojo fílmico de Cuarón es implacable, frenético como un torrente, preciso, erudito, depurado, inconformista. Si hay algo que defina el atractivo de esta película, ese algo es su complejidad: el virtuosismo técnico, la belleza de las imágenes, la reflexión que a ellas subyace, la metáfora, la incansable sensación de movimiento, la incomunicación, el renacer emocional como meta y hazaña. El guión impecable, certero, convierte el alto trabajo interpretativo en un auténtico tour de force. Sandra Bullock nunca ha brillado tanto; en su gesto se siente la desesperación y la angustia, el vacío, la esperanza, la fuerza.
         Pero si hay algo que defina este proyecto es la exaltación de la resistencia, de la superación arrolladora de que puede servirse el ser humano, toda esta idea depurada al límite por medio de una apabullante banda sonora a cargo de Steven Price que nos hace, literalmente, desfallecer.
              Rica en fotogramas de irrefutable lirismo, de profundo significado, poliédricos, la película muestra al personaje como un misterio, arcana criatura: no olvidar a la doctora Ryan Stone suspendida en la nave tras el primer impacto, aislada, la posición fetal como indiscutible y avasallador canto a lo humano; o aquel otro momento en que desesperada prorrumpe en aullidos como animal que es, animal racional claro, mas cuando la pátina de la civilización se desintegra.


          

           No obstante, Gravity es muchas cosas más, y como bien, puntillosa, perfectamente tejida historia de superación, es también un compendio de lecciones, sabios consejos. Magníficas las referencias religiosas -la estampa y la figura-, pues en el vacío contamos con los dioses, que son nuestro producto, y con nosotros mismos. Porque todo existe si lo nombramos. Y lo dice el resorte emocional del film, que es Sandra Bullock: puedo morir calcinada o salvarme pero, de todos modos, lo uno o lo otro serán una experiencia alucinante.
          Solo era posible un tipo de marco, esa inmensidad de vacío, sombra y silencio, ese corazón de las tinieblas en que todo atisbo de vida se muestra sin mácula, idóneo a la reflexión y a la clarividencia, y durante noventa minutos nos creemos engullidos por la inmensidad.
El último trabajo de Cuarón es genuino, trepidante; en definitiva, un clásico moderno. 

2 comentarios:

  1. Bendito poder de la palabra de nombrar todo y crear ilusiones... Y con ella convive la desfachatez humana de inclinarse ante sus propias creaciones. Sigue así Manuel que llegarás largo... -JMSJ-

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  2. Simplemente fascinante el leer tan admirable reflexión y más aún al tratarse de un halago al cine mexicano. Vas por buen camino Manuel, no lo dudes ni por un segundo.

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