lunes, 14 de abril de 2014


       MARGUERITE DURAS; DISIDENTE, ARROBADA,                                                           INAGOTABLE.

Marguerite Duras quedó atrapada en las avenidas bordeadas de tamarindos del Saigón de su juventud; quedó atrapada en ese espacio del origen de la belleza y la delicia. A ese lugar remoto vuelven el rostro ella y el amante. Volverá la mirada allá Madame Duras cuando, mucho después, entregue el ingenio a las garras del alcohol y la muerte, del dolor, del destino errante y el placer.
Las avenidas de tamarindos son para Duras la mecha que prende el discurso de una vida en que priman la disidencia y el arrobo, la valentía, el sabio provecho antes de morir, la emoción de ver.

El silencio cercó a menudo su trayectoria literaria, como ocurrió y ocurre con otros grandes autores. El silencio, el olvido, es la fatal condena que la sociedad, ingenua, miserable, inflige a sus héroes. No hay silencio posible ahora para ella, sino un ancho barril de remembranza.

Castigada por sus decisiones políticas -recordemos que no le fue concedido el Goncourt por Un Dique contra el Pacífico por pertenecer, entre otras cosas, al PC-, por su rol de agitadora cultural, por romper las cadenas, por su transgresión extraordinaria de las normas de vivir y amar; aislada en el Liceo; cegada por las palabras; poco condescendiente con los puristas de la lengua francesa; sabedora del mensaje justo y preciso, de una escritura distraída, que corre, como la gacela, -una escritura que no dice las cosas, sino que las atrapa-, Marguerite Duras forjó su propia historia, supo atrapar en sus libros los sonidos delicados del aire.  
Alain Robbe-Grillet diría en una ocasión que había sabido integrar el silencio en la escritura.

Duras permanece aún en la imagen aquella de El amante y del recuerdo en que, adolescente y distraída, descansa sobre el entarimado del transbordador que cruza el Mekong. Son los años veinte. Ella lleva un sombrero de hombre color palo de rosa con cintas negras, y zapatillas de lamé dorado, de baile. Su mirada se cruza entonces con la del amante, acaso un chino. La fotografía absoluta. En ese momento dejaría Duras escapársele un pedazo de alma que boga aún por el Mekong. El amante eclipsaría todo el romance y la aventura que le quedaban, todos los años que aguardaban, las décadas. Convergen, una vez más, ficción y realidad en la cartografía del tiempo. Marguerite dijo: “lo que está en los libros es más verdadero que lo que el autor ha vivido”. Más adelante, en su regreso en barco a Francia, vería  a un hombre saltar por la borda, entregarse al fino cuchillo del agua, y comprendería que había amado al chino.

Hiroshima mon amour, Moderato Cantabile, La vie tranquille, Le ravissement de Lol V. Stein, Le Vice-cónsul, Détruire, dit-elle, India Song, La maladie de la mort, Savannah Bay, La douleur, Les yeux bleus cheveux noirs. L'Amant de la Chine du Nord, La pute de la côte normande…, el universo de Duras es aquel en que el ser siente no poder ser más libre, pleno y decidido. En el ancho río de esa vida marcada por la memoria y el espíritu de transgresión habitan personajes sabios y heterodoxos, que no temen más que a ellos mismos. Los personajes durasianos conocen la batalla dulce y su clara reivindicación de la voluntad personal frente al horror y la inercia; creen, a fin de cuentas, en la reveladora queja de la carne. Su universo íntimo es el de los valientes martirizados por la gran brutalidad del mundo, del sentimiento, enamorados, infatigablemente, de los consuelos que les brindan las horas, “extenuados de deseo”. 

El pasado cuatro de abril se cumplieron cien años de su nacimiento.
Queda la moral de la pasión, del cuerpo, el flujo de la sangre, la escritura al lado de la vida, el deslumbramiento de lo acaecido, el amante y la china del norte, el dique, el esfuerzo por remontar las avenidas, a contracorriente, sin demora, el rostro devastado. 



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