domingo, 27 de abril de 2014


Hiroshima mon amour, dirigida por el recientemente fallecido Alain Resnais, con guión de la propia Duras y bellísimos primeros planos de Emmanuelle Riva, laureada hace escaso un año por Amor,  no es sino una de las mejores radiografías del poso de un recuerdo: el del amante alemán, el de las bombas impías, el de la juventud.
Es la película de la memoria y de su descorazonadora impermanencia al reparar en que no se recuerdan ni siquiera las manos del compañero, ni su gesto torvo y acezante a la espera de cada encuentro, ni los surcos fugaces de su piel; y es ya la historia pasada una fría pantalla de proyecciones que repite dubitativa el discurso de cuanto acaeció, una pantalla cegada por la luz, una nebulosa de imágenes que se desgajan, como parecen hacerlo los frutos que pinta Abraham van Beyeren.
Es la película del viaje, del ostracismo y de la dicha primera que decantan las historias imposibles; de la locura como hija legítima de la inteligencia, del dolor del silencio.
Los ojos verdes de Riva rasgados por la luz, junto a los del gato que la acompaña en el sótano de la disidencia, en Nevers..., la silueta del amante tras sus pasos, la carrera de la muchacha en la bici. La muchacha al encuentro. La carrera por el placer, entre los olmos. La carrera en derredor del Loira, por la vida.


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