domingo, 6 de abril de 2014

                   DE FANTASMAS Y SUEÑOS

¡Hasta la vista, amigos!, y no digan adiós -dice una de las tres hermanas-. ¡Hasta la vista, amigos!, y no digan adiós. 
Porque han de vivir, han de sufrir las hermanas, en el poso que han dejado ya los recuerdos. Porque la vida, siendo hermosa, les ha ahogado como la mala hierba. Porque no puede el hombre desligarse de lo evocado. Porque no debemos amarrar lo vivido, pero sí permanecer con cautela, no dejar que el recuerdo, sañudo, palidezca el día.
La humanidad, como las tres hermanas, sueña con una vida verdaderamente dulce, en que se aprecie el regusto de las épicas que ya no son. 

Éramos tres hermanas, magistral versión de José Sanchis Sinisterra de la obra de Chéjov, es la historia de añoranza y vidas deslustradas en torno a tres bellos personajes enfermos de recuerdos. En Chéjov es recurrente que las criaturas de ficción se vean impelidas por un acontecimiento desgraciado que las condena de por vida, quedándose éstas inermes, en resuelta pasividad. El tamiz beckettiano hace de la acción un suave balanceo, un viaje de tres voces engarzadas que basculan entre la comunicación estéril y los momentos de apabullante lucidez.

Las hermanas quieren vivir; desconocen el porqué de su sufrimiento -la realización imposibilitada de los sueños-, mas quieren vivir. Las hermanas, muchachas en la veintena atrapadas en los cuerpos de tres ancianas, recrean durante la función el escenario de una vida gris, como sus cabelleras. Esa grisura, esa tristeza, es fuente de lucidez, de un tierno contento, de un ánimo de sombra y rama seca.

El trabajo de iluminación de Carles Alfaro y Vanessa Actif es de los más sutiles y hermosos logros que se han podido ver en los últimos meses, pues construye el espacio sobre el oscuro tejido del raso y el sueño roto, llenando de vida a los tres fantasmas.
Olga (Julieta Serrano), Masha (Mariana Cordero) e Irina (Mamen García, soberbia Mamen García) se ven insertadas por el ambarino haz del recuerdo en ese espacio acordonado, en ese limbo que es la memoria, donde ya solo les queda la imaginación, y el rastro fugaz de sus actos. Ya se alejan las hermanas, se apenumbra su rostro, sus manos que tocan el piano, su deseo por alcanzar Moscú. ¡Hasta la vista, amigas!, y no digan adiós.



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