domingo, 7 de junio de 2015


                                        ATCHÚUSSS!!!

Antosha Chejonte, más conocido por todos nosotros como Antón Chéjov, tuvo, en la edad más temprana del genio creativo, el difícil poder de, por medio del vodevil, la escena cómica, hacer que el lector, más tarde el público, riera a carcajadas con esos personajes astutos y desalmados, histéricos e hiperbólicos, que no eran sino el inteligente trasunto de los hombres de su tiempo y del nuestro. 
Adriana Ozores, Malena Alterio, Fernando Tejero, Ernesto Alterio y Enric Benavent conforman una trouppe de cómicos a la antigua usanza, a lo Fernán Gómez, para crear todo un universo de rencillas, viejos amores, dineros olvidados, memorias…, la vida en su retrato más cotidiano.



Al son del piano, Ernesto Alterio compone al verdadero conductor de las escenas, un personaje mitad duende mitad director de orquesta que recupera algunas de las historias de ese viejo y olvidado acomodador de teatro que es Enric Benavent.
Dos espejos en que queda reflejado el público se abren prolongados a la luz en que, tras las lunas, los actores se cambian y maquillan y toman el cuerpo delicado de sus personajes, con la huella de la raza inextinta de los cómicos de hace años, la vida peregrina, la vocación en lo más alto y una ristra interminable de maletas que viajan de aquí para allá, el cuerpo a la intemperie y el corazón a buen cobijo. Un viaje a muchas partes, como el que emprendían Carmela, Paulino y Gustavete en la obra de Sinisterra. 


Historias en apariencia corrientes, pero que deslizan una verdad descubierta, velada mucho antes de alzarse el telón. Se trata de la belleza de lo cotidiano, de los asuntos que competen a los hombres de a pie: dolor, pérdida, vergüenza, odio… Escenas conmensuradas, amargamente cómicas, que se hilvanan como en una retahíla de lecciones del hombre para el hombre.
Uno de los personajes se despide así, después de los dramas, y de la música, extinto ya el cuento:

“donde haya arte y donde haya talento no existe ni vejez ni enfermedad y hasta la misma muerte de uno parece la muerte de otro”.
Quedémonos con sus palabras, como con el testimonio de Antosha Chejonte.





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