domingo, 3 de enero de 2016


JOBS, Y LO MUCHO QUE PREDIJO

Danny Boyle. Fassbender. Sorkin. Winslet. Jobs. El nuevo retrato del recién bautizado mesías, símbolo icónico de la nueva era de las compañías de información y de la sobre-estimulación de las pantallas en un mundo globalizado, nos muestra las luces y penumbras de un personaje en tres actos sin freno, minutos antes de tres de las más importantes presentaciones ante el mercado electrónico de consumo de masas.

El hardware es el cerebro, el software el alma, y Steve Jobs supo aunarlos arriesgándose y en ocasiones hasta saboreando el fracaso, un paso atrás para así, recobrado el ánimo, saltar más alto, mejor estratega que genio. 
Sus modelos, Bob Dylan, Alan Turing, Pablo Picasso…, el listón lo marcaba alto. 
Uno de los muchos logros del trepidante guión de Sorkin es que no lo idealiza, muestra tanto el ego como el vivo coraje de Jobs, su obsesión casi patológica con la perfección y la calidad de sus productos. Think Different. Un eslogan en que ya despunta el valor que Steve le concedía a todo plan de trabajo que cuestionaba la corriente dominante y a menudo estancada o simpatizante con los caprichos más inmovilistas. Él, a diferencia de las otras compañías y empresas, llevó el diseño, el valor estético, al primer plano de la producción en masa. Crear expectación es tan necesario como volcarse en la mejora de un sistema operativo. En la sociedad de la imagen, de la insoportable levedad del ser, crear expectación es la ley de supervivencia, y Steve Jobs lo comprendió bien.

Prescindir de la gente que no daba la talla era otro de sus cometidos. Desagradable, sí, pero necesario, pues solo la excelencia podía poner en marcha la que hasta ahora ha sido una etapa clave en la historia de la innovación y el avance de los recursos del hombre. Él decía: “hay que ser un patrón de calidad. La calidad excelente es la norma”, y añadía: “los verdaderos artistas se lanzan”. 


Boyle nos ofrece al personaje desde la perspectiva del riesgo, el fracaso y los desajustes familiares para, sutilmente, extraer de la anécdota la esencia. Imaginación, tiranía, trabajo en equipo, innovación, riesgo, sencillez, pasión, simplicidad, ensayo y error; eso era Apple.
Los centros de enseñanza, cuando comenzaron a tener ordenadores, estaban marcando un hito. Por primera vez teníamos en nuestras manos una ventana al mundo, sin límites.

En 1985 Apple ya era una empresa valorada en 2000 millones de dólares y con más de 4300 empleados, y Jobs no cedió a las normas de mercado y a las políticas de empresa, estandarizadas. Marcó su propio ritmo, y eso ya merece el elogio. 
A día de hoy Apple cotiza 538 mil millones de dólares al año.

Apple fue uno de los muchos puntos de partida del mundo tal y como hoy lo conocemos, dominado por la transformación tecnológica, la digitalización, la configuración reticular, la hipertextualidad, la convergencia, la multimedialidad y la interactividad, todo ello vertebrado en el cuerpo de un capitalismo salvaje. El individuo ya se construye de forma muy diferente a hace un par de décadas. La sociabilidad ahora alcanza un estadio mediático, despacializado, con una base muy fuerte en las redes. Cada vez hay más ámbitos de nuestra vida cotidiana que están ligados a la experiencia cibernética y no a la experiencia vital. Cada vez tenemos menos conocimiento de lo cercano. 

Marshall Mcluhan predijo hace muchos años, como también hizo Jobs, que los medios convertirían el mundo en una “aldea global” al unificar un gran sistema político, cultural, económico y social. 

Los medios de información, controlados económica y muy a menudo ideológicamente por las grandes corporaciones y mercados, lejos de avivar la ciudadanía y formar un espíritu crítico, un revulsivo para que así cobre carta de naturaleza su valor social, contribuyen solo, y este es el drama, a la narcotización.

Los efectos de la comunicación de masas, como predijo Jobs, son ahora fuertes, pues conforman nuestras imágenes de la realidad. Los medios construyen la realidad, y hasta la manipulan, contribuyendo de manera masiva en la difusión de prejuicios y en la visión estereotipada de los roles sociales.

Elizabeth Noelle Neumann formuló en los 70 la llamada Teoría de la espiral del silencio, que cifraba su apuesta en la importante fuente de influencia de los medios en el cambio de la opinión pública y de cómo la opinión mayoritaria acababa eclipsando, por acaparadora, las ideas más minoritarias. Las tendencias dominantes, por tanto, hacen que las ideas minoritarias pierdan la voz. El resultado: una simplificación ignorante de la realidad, aculturación, una manipulación perversa. Los medios, en lo psico-social, nos adoctrinan. Interiorizamos la visión de la realidad social presentada por el medio. Y aquí es donde entra Steve Jobs, que vivía las consecuencias de todo esto cuando, ya en 2005, aconsejó en la Universidad de Stanford: “no quedes atrapado en el dogma de vivir con arreglo a los parámetros de lo que los otros piensan. Que el ruido de las opiniones de los demás no acalle tu propia voz interior”. 
Comunicar es mediar. Desechar los parámetros de los demás no es fácil, pero ayuda si, como pensaba Steve, cuentas con la ayuda de esa pequeña ventana al mundo, con esa pequeña herramienta del ingenio que era el Lisa, el Mackintosh, o que luego fue el Mac y hasta el Ipad. 

En definitiva, Michael Fassbender está pletórico en la película de Boyle, y como nos tiene acostumbrados, se transforma. Winslet brilla en calidad de escudera, confidente, ayudante y amiga. Sorkin, por su parte, firma un trabajo sobre la decisividad de la perseverancia, el valor del riesgo, una radiografía de algunos de los acontecimientos que auspiciaron el mundo tal y como hoy lo conocemos. 



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