DE ÓXIDO Y HUESO
Un romance à l’Audiard.
La poética del dolor y la pérdida, la delicadeza del sol sobre el rostro pálido de Cotillard -la actriz más completa de nuestro tiempo-, la violencia de la carne enzarzada, la debacle que se intuye en el baile brusco de las orcas, el amor que no osa compasión, sino ayuda; la agudeza del retrato social, del desamparo y de las fracturas del cuerpo y el ánimo; la visceralidad de la pelea, de la lucha por la vida y por la dignidad; el reencuentro del sentido de nuestros actos, la reivindicación de la confianza; la balanza que oscila entre la claudicación o el esfuerzo, y, al fin, el equilibrio.
La cámara de Audiard es un escalpelo implacable, poderoso, que rehusa el sentimentalismo o la vacilación, y que actúa sobre la piel del espectador; las imágenes -que son golpes certeros sobre una capa de hielo que no se sabe si resquebrajará-, lo destrozan y lo inquietan y lo conmueven.
De óxido y hueso es el coletazo violento de la vida y de sus tragedias, de sus triunfos; una proeza.
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