UNA LOCURA MARLOWESCA
La más bella declaración de amor al Teatro
“Cradle will rock” es un maravilloso mosaico de las ruinas y grandezas
del hombre en tiempos de crisis y rebrotes artísticos. Una película que divierte,
cuestiona, emociona... ¡Un 10! Un guión escrito en estado de gracia, una banda sonora
que destila vida, un montaje soberbio y una dirección de actores magistral. ¿Por qué cuesta tanto ver películas así últimamente? Un tipo de cine valiente y
reivindicativo, de marcado cariz clásico, con una
fuerza tan expresiva y formal que hace que saltes de la butaca; porque, si en verdad
amas el arte, entenderás que este film, en el fondo, constituye una de las mayores
reivindicaciones de la libertad del creador por las que se haya apostado en pantalla.
Nelson Rockefeller
convenciendo a Diego Rivera para
que le pinte un mural en el vestíbulo
del Rockefeller Center bajo la atenta
mirada de Frida Kahlo, Orson
Welles y John Houseman montando
para el incipiente y sin futuro Teatro
Federal el primer musical defensor
de la lucha sindical, una fascista
italiana vendiendo Da Vincis y
Modiglianis a importantes
magnates... Solo un hombre
progresista y con talento como Tim Robbins hubiera podido conjugar todas estas historias en una obra de inimitable calidad.
Y esa apabullante escena final a tres bandas (el entierro del títere, la
destrucción del mural de Rivera y la representación de Cradle will Rock) no es más que
el grito de furia contra un orden que coqueteaba con el fascismo y que preludía el
prólogo demente de lo que más tarde llamaron "la caza de brujas". ¡Bravo! ¡Power must rock!
Brillante también el guiño a la película de Gregory La Cava, Al servicio
de las damas, pues Vanessa Redgrave cuenta con un protegido cantante que, como en
ese film, se llama Carlo. ¿Soy el único que considera a la Redgrave uno de esos dos o tres monstruos de escena capaz de hacerlo todo? Seguro que no. Es maravillosa, haga lo que haga. El momento en que amenaza a la peluca empolvada del marido con actuar como una gitana es magistral (fantástico detalle de guión el contraponer al establisment norteamericano con ropajes a lo dieciochesco y a los actores, arropados por el público, en procesión al teatro, como si se tratara de los mismos mineros de
“Germinal” camino de la fábrica).
Tim Robbins imprime a la película un ritmo ágil y distendido que
permite al espectador la vinculación con todos y cada uno de esos personajes tan bien
definidos, especialmente aquellos con lo que pudiera resultar más difícil congeniar (Diego Rivera u Orson Welles). Los ensayos de Cradle will rock con Welles son
delirantes, precisamente porque Robbins parece entender al genio muy bien, y es que
hay mucho de Orson en Tim (cordura, coraje y agallas no le faltan).
El teatro como arma, el teatro como hogar, el teatro como sino, el teatro
como religión... La defensa de las tablas en esta película me ha hecho sentir mucho de
lo que ya había experimentado con el visionado de otra obra maestra: el cine, como el
teatro, es también una suerte de opiáceo que nos permite abandonarnos a una segunda
vida, como tan bien reflejara Woody Allen en el conmovedor personaje de Mia Farrow
en la maravillosa “La rosa púrpura del Cairo”.
Me fascina esa frase de Gide que dice: “esperamos del público la
revelación de nuestras obras”; y creo que es esto lo que la película también defiende: la
necesidad de un público comprometido, amante de la belleza, que dé sentido a todo el
esfuerzo de tramoyistas, actores, productores, directores..., y demás héroes de viejo
cuño que, con alegría, sudor y lagrimas levantan el telón y ejecutan la locura
marlowesca que condenará a la cuna al balanceo.
“Las grandes obras poseen la fuerza de la trascendencia porque es la
naturaleza y no el hombre la que habla desde la pantalla”.
-ANDREW-.
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