viernes, 2 de mayo de 2014


El Misántropo es una ácida obra que el sabio y brillante Miguel del Arco, rey Midas del teatro actual, convierte en toda una declaración de principios, en denuncia social y gran éxito. Después de La función por hacer y Veraneantes, los kamikazes -Israel Elejalde, Bárbara Lennie, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez…- llevan la obra de Molière al callejón trasero de una discoteca en que se suceden las sombras de los personajes que bailan, la arena que resbala y se deshace ignorante en los muros, las manos arriba y las miradas perdidas entre la droga, el alcohol y el resentimiento; los ingenios viperinos y los ataques, la amistad fiel y los coletazos del amor; la apariencia, el engaño, el interés y la vanidad; la pasión y la verdad. Es en ese callejón, trasunto de nuestro peculiar mundo de deslealtades y luces de neón, en que los personajes, gozosamente interpretados, se nos presentan como agudo retrato de la sociedad que nos aturde, de la fría pantomima y de la banalización del sentimiento, de la dulce ceguera de la ignorancia y de la mirada vacua del amor de fábrica. La gente se reconoce en el cuadro de ficción, y creemos esperanzados expía sus culpas.
En El Misántropo no se pintan héroes, sino hombres de carne y hueso, que podríamos ser nosotros mismos. La pieza constituye un fiel retrato de esa realidad tan nuestra que cede al mal, en que la injusticia es la ley y las ideas se ven sustituidas por la apariencias, ese grotesco espectáculo en el que triunfa quien hace reír y despunta el que vende siguiendo solo los estrechos senderos de los mercados. Ante esto la razón puede tan solo combatir, jamás vencer.
El Teatro Español acoge una vez más otro montaje maestro. En tierras de este templo de la plaza en que se yergue Federico uno se siente menos huérfano, sobre esas tablas sagradas de la dramaturgia que cuentan ya  con más de medio milenio de edad. Esta casa de cómicos y personajes es el teatro con la más antigua trayectoria del mundo; es nuestro hogar, seno de nácar de la cultura. 

Un placer que Alcestes se siga paseando por allí hasta junio, bramando contra el mundo que lo contradice y sorprende, con quien enciende un conflicto. Algo me dice que Molière ha ascendido de los Elíseos para saludarlo.



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