sábado, 1 de noviembre de 2014

                                DOS  HEROÍNAS 


Dos días, una noche, último film de los hermanos Dardenne, ofrece una historia honesta y aleccionadora, con nervio, en torno a la solidaridad y el derecho a decidir.
Bien podría hacerse anatomía de una escena fascinante: Sandra y su marido, Manu, están en el coche y él apaga rápido la radio cuando cree que la canción que emiten es demasiado melancólica para su mujer, que se debate en la periferia de una depresión casi extinta. Entonces Sandra decide poner de nuevo la emisora y sube decidida el volumen. Al tiempo que la letra lo llena todo, con sus mensajes funestos, la esperanza brumada,  el recuerdo de todo lo que se ha perdido, Sandra-Marion sonríe a Manu con el gesto señero del comienzo, el de las víctimas que creen algunas de sus heridas sanadas y que aceptan con la dulce serenidad de las estatuas las penalidades que el azar pone en su contra.
Luego ningún instrumento mejor que el rostro y la voz y el talento colosal de la intérprete gala, la Môme Marion, para contarnos esto.
La heroicidad en nuestros días lleva la impronta del compromiso y del respaldo, nos dicen los hermanos Dardenne, con la voz y la imagen de Marion como lenguaje, una heroína moderna. 
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Mercè Rodoreda -hace pocos meses revisitada en una película en que le daba vida de forma magistral Vicky Peña (cinta que lamentablemente ha pasado muy desapercibida)-  es autora de un texto que ha de acometerse desde la visceralidad, La plaza del diamante, que puede parecernos ya contado, pero que aglutina tal riqueza de símbolos e imágenes de alto vuelo literario que, en su torrente creativo, sobrio también, nos demuestra que hasta la vida más pequeña, anodina o conveniente es capaz de un alto logro humano y poético. 
Ha habido muchas Colometas: Mercè Pons, Rosa Renom, Montserrat Carulla y hasta Ana Belén. Ahora la sala pequeña del Teatro Español acoge una más, sabiamente dirigida por Joan Ollé y encarnada por Lolita, que nos cuenta esa dura crónica de juventud, amor y posguerra en que una mujer ingenua y poco letrada se ve endurecida por los avatares del tiempo. Su acto de amor es sobrevivir. Una gran interpretación que nace de las entrañas, humilde, sencilla y, lo más importante, muy sentida.
En la verdadera Plaza del Diamante se erige una escultora en honor a Colometa; la de una mujer en los huesos, atravesada por el infortunio, que se estremece, y que desespera y saca fuerzas de los más hondo para dar algo al frente de batalla, aunque sólo sea un grito.
Rodoreda escribe:   Querida Colometa, la vida es esto.


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