sábado, 1 de noviembre de 2014

                        LAS HERIDAS DEL VIENTO 
                      O DE LA POÉTICA DEL AZAR


Un texto de muy reciente creación, lúcido, que equilibra con talento los vises cómicos para que el platillo del gran drama no nos ahogue; palabras con vestiduras modernas -en estructura, epítetos, tono-, pero de naturaleza imperecedera, no ya en torno a las penalidades del amor, sino del compromiso con la vida y la intrincada esencia de sus efectos.
Kiti Mánver borda la creación de un personaje masculino, el de Juan, de corazón ingobernable por magullado. Con un muy eficaz control de los diversos matices -irónicos, sagaces, desvergonzados, serios y dolidos- con que se acompañan las réplicas.
Por su parte, Dani Muriel representa al perfecto contrapunto, con un trabajo que destaca por su sincero acercamiento al hijo del difunto. Una labor desnuda, con el sentimiento a flor de piel y una voz de teatro que no puede estar mejor colocada.

Que en la escena no tienen importancia los géneros es algo ya conocido. Lo demostró el tiempo antiguo, la era isabelina -cuando los andreses hacían de Julietas y Cleopatras-, lo demostró Blanca Portillo con su perfecto Segismundo y en breve lo hará la gran dama,  Nuria Espert, con el Rey Lear en el Lliure. 
Pues bien, Mánver, cuya transformación se opera en escena, constituye un ejemplo más  -de gran magisterio en su caso- de cómo el teatro no es sino la tierra de libertad en que la belleza que se crea gana y nunca pierde aliento porque nace de la necesidad. La necesidad de ser, de encontrarse, de identificarse, aprenderse, valorarse, de juzgarse. Sí, es un medio peligroso, arriesgado si se quiere, impredecible, y también necesario, como una aventura, como la vida.

Las heridas del viento es un descarnado drama que nos recuerda bien de qué modo el amor no es siempre un diálogo cuando trueca burlón soliloquio. Un texto sumamente arriesgado en torno a las ficciones con que nos consolamos, sus heridas, y un viaje en el que, de manos de una figura que sonríe amarga, acudimos a la dificultad del engaño como promesa, a la pérdida de la elección y a la soledad.

Es teatro de hoy: la sala off del Lara, dos sillas, cuatro focos, un Iphone en que se reproducen canciones de Mina y la ilusión de la palabra. Una obra del rechazo, de la emoción, y de cómo una gran intérprete se apropia de su personaje en aciertos de entonación, humor y crudeza.





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