sábado, 1 de noviembre de 2014

¡Flores, flores, flores para los muertos!

Thomas Lanier Williams, conocido como Tennessee Williams, bien podría haber afirmado, a lo Flaubert, “Blanche Dubois soy yo”. Como la pobre y finalmente desquiciada Blanche -hace nada la hemos vuelto a ver en Blue Jasmine (lograda revisitación, lo acepte Woody o no) en la piel del camaleón de escena que es Cate Blanchett- Tennessee deseaba morir en el mar. 
Escribir teatro es ingeniería, y el Tranvía es Teatro, Williams un magnífico ingeniero. 
Dependiente del amor de los demás, frágil, trastornada, insegura y cargada de sueños, Dubois es un corazón en lucha consigo mismo, que se ofrenda sin escudos a la implacabilidad de la vida. 
Arthur Miller hablaba de dos fenómenos de la escena: el arte del teatro y el comercio del teatro. Huelga decir que es el segundo el que tanto denunciaba Federico, el poeta asesinado, en sus declaraciones y conferencias, por ser éste un teatro impostado, zafio y hueco, supeditado a la vulgaridad de los malos públicos. Es esa idea ridícula del comercio del teatro la que seguro ha llevado y lleva a condenar a las tablas al ingenuo austericidio de que son víctimas. En fin, el error político parece no ser sino la marca de esta segunda década, esperemos no ya ominosa. 
El arte del teatro de Tennessee Williams recae en la fuerza abismal con que el dramaturgo dota a sus protagonistas, marginales y marginados. Del centro de la escena se escapa la trama a entrecajas y quedan personaje y lenguaje  -liberado éste último, sobriamente poético-.
Blanche Dubois, como tantos de sus antihéroes, es demasiado libre para el mundo, y éste la condena a la locura; la pena luego la vuelve sincera. Su tragedia: lucir la libertad, el deseo y la ternura como banderas.
La tosca bombilla que empeñada adorna con farolillo pintado no es otra cosa que ella misma. La resquebrajan como hacen Stanley y Mitch con el papel que tinta la luz volviéndola más amable. Una desposeída que, contrariada, atesora mucho en el corazón.
¡Flores, flores para los muertos! -sigue repitiendo a voz en grito la gitana, del lado de los tranvías que se pierden con este otro llamado Deseo-.

“Tener grandes riquezas puede acarrear una enorme soledad”.

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